Sin duda las arañas son feas, o a mí me lo parecen. Pero cuando te acercas lo suficiente para verlas cara a cara, te das cuenta de que, además, son horripilantes.
Ésta se encontraba reposando tranquilamente en una pared de la casa del ermitaño del santuario de la Virgen de la Peña. Me estuvo contemplando pacientemente con sus múltiples pares de ojos mientras buscaba en mi bolsa la lente de aproximación. Supongo que debió verse guapa en el reflejo de la lente, porque no huyó despavorida.