Cuando uno viaja de regreso a casa, está pendiente de las señales para saber cuánto falta. Los barceloneses sabemos que ya estamos cerca cuando por la carretera vemos la torre de Collserola o las chimeneas de la térmica de Sant Adrià. En el mar, lo mismo.
Como consta en el apartado "aficiones" de mis diferentes perfiles en la red, las tres cosas que más me apasionan son viajar, conducir y hacer fotos, y cuando puedo hacer las tres cosas a la vez soy el más feliz del mundo. Y por ello estos días he sido muy feliz en la Toscana. De los poco más de 3.000 km conducidos por carreteras mayoritariamente toscanas destaco el momento que ilustra este post.
Saliendo de San Quirico d'Orcia hacia Pienza, por una carretera que parece una alfombra extendida sobre estos campos ligeramente ondulados, con las pequeñas colinas coronadas por viejos caserones de piedra rodeados de esbeltos cipreses. Tomo una suave curva a la izquierda que rodea un grupo de árboles altos y de repente, una vez pasados los árboles, se me descubre esta imagen, con el sol poniente jugando al escondite entre los cipreses que flanquean el camino que lleva a un caserón. Enseguida busco un lugar donde dejar el coche para poder inmortalizar ese momento. Pocos metros más adelante hay un cruce con suficiente espacio, detengo el coche y salgo para hacer esta foto. Cuando me doy cuenta, el cruce se ha llenado de coches y un turista americano se me acerca para darme las gracias por haber encontrado este momento. No podía estar más satisfecho.
Ahora ya estoy de nuevo en casa, con una semana por delante para fijar en mi memoria los momentos y sensaciones de estos días en la Toscana.
Cara a cara esta pequeñísima mosca de patas largas y yo. A simple vista parecía insignificante, pero la foto reveló unos ojos espectaculares.
Aprovecho para anunciar que en los próximos días no se va a actualizar el blog porque voy a estar fuera disfrutando de un merecido descanso vacacional. Quienes no van a descansar van a ser mis ojos, mi dedo y mi cámara, que con toda seguridad traerán muchas cosas nuevas. Puede que vayáis viendo alguna muestra estos días.
La luz rompe la soledad de aquellos rincones que nadie transita por la noche... o tal vez la hace más evidente.
Han pasado decenas de millones de años y aún tenemos dos labios. Debe ser porque es lo mejor. ¿Cómo sería un beso con cinco labios?
El frío puede actuar como aglutinante o como aislante social. Tanto hace apretarse a los conocidos y como encogerse y aislarse a los desconocidos. En una fría noche de invierno, por las calles transitan ánimas de desconocidos.
Última foto de la serie, muy parecida a la anterior pero con el globo "apagado" y débilmente iluminado por la luz de los fuegos artificiales.
Después del encendido de globos, el de los fuegos artificiales iluminando todo el campo de vuelo de Igualada. Entre explosión y explosión un prolongado "oooh!" de los asistentes al espectáculo.
No se me ocurría otro nombre para la foto, así que finalmente me inspiró el coche. En cualquier caso y a pesar de la aparente calma de este rincón, es posible que en esta plaza se celebren fiestas de verdad.
Uno de los momentos más esperados del European Balloon Festival, el "Night Glow", en que son presentados al público todos los participantes del festival a la vez que encienden sus quemadores convirtiendo sus globos en bombillas gigantes. Como se puede ver, una masa humana cubre todo el campo de vuelo.
Uno no puede estar en todas partes a la vez, al menos yo. El European Balloon Festival de Igualada coincidió con los Barcelona Harley Days, y si Mahoma no va a la montaña... aquí un par de Harleys que se escaparon de su fiesta para venir a la otra, y un servidor fotografiándolo.
Un lugar que por estas fechas estará lleno de ruido de verdad. Adoro las playas en invierno.
Un bonito espectáculo desde tierra, pero yo hubiera preferido estar allí arriba.
De un triste, llamémoslo cactus, que crecía a ras de tierra en una maceta, en una semana emergió un tronco de 25cm con un grupo de flores en su extremo.
La imagen que tenemos de los globos aerostáticos es de grandes esferas de colorida tela que se mueven lentamente en el aire a merced de las corrientes, pero cuando estás cerca de uno en la fase de despegue te das cuenta de que se elevan a gran velocidad, quizás la misma con que se mueven por el cielo pero que con sus grandes dimensiones parece menor.
Sobre el dintel de la puerta de la iglesia románica de Sant Martí, en Mura, hay una representación de la Epifanía. En el centro está María con el niño en el regazo. A su derecha los magos de Oriente y sobre ellos un ángel y la estrella de Navidad. A su izquierda otro ángel, bajo éste está José, y tras él aparece un personaje desconocido. Desconocido para nosotros, pero seguramente fue quien sufragó la construcción de la iglesia.
