En Lisboa se hace difícil encajar la arquitectura moderna en barrios tan clásicos como el de Chiado. El pobre árbol sólo dispone de un pequeño hueco para ver la calle.
El mar parece no acabarse nunca, ser infinito. Quizás es esto, y el no saber qué se esconde debajo del agua ni más allá del horizonte lo que genera miedo y respeto... pero por otro lado también curiosidad.
A última hora de la tarde la luz del sol ya no ilumina las calles, y sólo es capaz de arrancar destellos en las claraboyas de los tejados. Es una luz fría pero de tonos cálidos.